
Siento ladrar un perro todos los días y todas las noches a intervalos de 2 horas mas o menos, desde hace un año….o mas. Me reto a mi misma a hacer algo para que esto no siga ocurriendo, para que ese animalito pare de sufrir, lo que sea que esté sufriendo: hambre, stress, abandono.....y en ese momento encuentro que no soy única y logro que un par de vecinos se me una y acudamos a este encuentro con el vecino del maltrato animal y los ruidos molestos. Para mi sorpresa, no siempre lo que empieza bien termina de la misma manera. Los vecinos, tan bien dispuestos en un comienzo, al primer tropiezo, se quiebran, retroceden. Me doy cuenta en ese momento que así somos los humanos: inconstantes, débiles, temerosos, nos damos por vencidos al segundo intento. Pero estoy decidida a continuar, por perseverancia y propósito: el vecino molesto no abre la puerta, el juzgado no le da ninguna tribuna a la denuncia escrita y los vecinos sueltan la soga y dejan que me ahogue sola. Pero me he propuesto terminar lo que empiezo, así, voy a la municipalidad y hago el reclamo al alcalde: Este finalmente me escucha, y el vecino molesto terminará entregando su maltratado perro a la protectora de animales, previo pago de una elevada multa por su descuido. Bueno, este es el desenlace ideal, más no el que se desarrolla en realidad, debido al inefable factor humano: corrupción. De una u otra forma, ésta se hará presente en algún tramo de mi gestión conducente a un propósito noble, pero que involucra la voluntad de otras personas. Entonces todo empieza a conspirar con el diablo: los buenos propósitos y las causas nobles desaparecen, se esfuman, se pierden en el laberinto de las coimas y los intereses personales o la simple perversidad de terceros.
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